Episodio 7º
Al cabo de unos instantes, el árbitro pitó el final del partido y el equipo perderdor se sintió abatido.
Mientras tanto, todos los del equipo de Michael se le quedaron mirando mientras regresaba del campo contrario.
Cuando éste se sentó en el banquillo para poder descansar por fin, sus tres amigos se le acercaron.
-Tío...
-¿Qué?
-Buen trabajo, pero... ¿a qué vino eso?
-¿El qué? ¿El gol?- dijo en plan burla.
-Sabes perfectamente de qué hablamos- dijo algo mosqueado.
-No te enfades, si no llega a ser por ella, no habría jugado.
-¿Eh?
-Lo que oyes, ella me empujó hasta el campo.
-Vaya... no teníamos ni idea.
-Pues ya véis que no es tan mala como vosotros pensabais- dijo mientras se levantaba-. Voy a lavarme la cara adentro, ahora vuelvo.
-Sí, aquí esperamos.
Después de que se hubiese ido, los tres se movieron rápidamente y se encaminaron al árbol dónde lo habían visto antes del partido.
Como cabía esperar, allí sentada se encontraba Jun, que estaba leyendo tranquilamente hasta que empezacen los relevos.
De repente, una sombra le tapó la luz y ésta miró hacia arriba para ver de qué se trataba. Cuando pudo darse cuenta, vio que Tom, Ren y John se hallaban allí delante.
Ésta no les prestó atención y continuó con su lectura, a pesar de la pequeña oscuridad que había sobre las hojas.
-Quería pedirte perdón- le dijo John.
-Sí, queremos que nos perdones por haber intentado que Michael no estuviese contigo- continuó Ren.
-Estamos arrepentidos y te prometemos que no volveremos a decir nada malo sobre ti- prosiguió Tom.
Jun les miró de nuevo con cara de extrañeza. ¿Qué les había pasado ahora a esos tres como para que reaccionaran así? ¿Acaso no era el mismísmo John el que la culpaba de su accidente?
-Supongo que te preguntarás por qué lo hacemos.
-Digamos que nos hemos enterado de lo que hiciste.
-Cierto. Muchas gracias por hacer que jugase... sin él habríamos perdido.
Ahora lo comprendía. Al fin y al cabo, no cabía la posibilidad de que se hubiesen arrepentido por arte de magia.
Pero de todas formas, al menos ya no se meterían con ella, y eso la alegraba. Ya no sufrirían más accidentes por el momento. Estaban "a salvo".
Después de las aclaraciones, los tres se dieron la vuelta y regresaron a los banquillos donde le habían dicho a Michael que le esperarían.
Jun continuó leyendo hasta que oyó por megafonía que llamaban a todos los corredores de los relevos mixtos.
Ésta cerró el libro y se levantó. Seguidamente se encaminó hacia la pista que sería utilizada para dicha actividad.
Una vez hubo dejado el libro sobre uno de los bancos cercanos, se sentó a esperar que los demás corredores se encontrasen en la pista y diesen el aviso de que iba a comenzar.
-Uf, por poco llego tarde- le dijo una voz a su espalda.
Cómo no, era Michael, que había regresado de donde estaba con sus amigos.
-Desde dentro no se puede oir la megafonía, así que no me enteré de que nos llamaban...- dijo sentándose.
Ésta le miró.
Al parecer se había mojado toda la cabeza, pues su pelo estaba chorreando.
-Ah, sí. Después de jugar siempre me siento acalorado, así que me suelo mojar la cabeza entera bajo el grifo del baño, je,je,je- le dijo casi riéndose.
Ella volvió a mirar al frente y, repentinamente, avisaron de que los relevos iban a comenzar, así que ambos se encaminaron a sus puestos.
Extrañamente, a Michael y a ella les había tocado en la misma parte del recorrido, pero en calles distintas, por lo que serían rivales.
En el equipo de ella, el cual lo componían 4 personas, habían dos chicos de la otra clase y una chica de la suya. Mientras que en el de él, el chico y las dos chicas eran de otra clase distinta.
Entonces la carrera comenzó y los 5 primeros iniciaron el recorrido.
El grupo lo lideraba el del equipo de Michael y, muy de cerca, le seguía el de Jun.
Después de pasar por sus 3 compañeros, por fin les llegó el turno a ellos dos. El primero en recibir el "testigo" fue Michael que, rápidamente, comenzó a alejarse.
Segundos más tarde, Jun recibió el suyo y echó a correr.
Michael iba sobrado y casi había decidido ir más lento para no abusar demasiado, pero entonces, alguien le pasó de largo muy rápidamente dejando una cortina de humo tras de sí. Éste se quedó extrañado y mosqueado a la vez, ¿quién era tan rápido como para adelantarle a él, el mejor corredor de todo el instituto?
Cuando pudo darse cuenta, pues el polvo no le dejaba ver con claridad, vio que se trataba de Jun.
Nunca pudo haberse imaginado que fuese tan rápida.
Todos estaban totalmente sorprendidos al verla. Parecía una gacela y ninguno de los otros equipos podía alcanzarla, pues se encontraban a más de veinte metros de distancia de ella y ésta se expandía cada vez más y más.
Después de cinco segundos, Jun llegó a la meta y, tras pasarla, se paró en seco.
Al cabo de unos momentos después, los demás corredores fueron llegando poco a poco.
Michael, como cabía esperar, llegó en segunda posición.
Al llegar, se acercó a Jun, la cual estaba recibiendo la medalla principal del evento.
-¿Cómo puedes correr tan rápido?- le preguntó a su espalda.
Ésta se viró para mirarle y se encogió de hombros.
Seguidamente, se fue hasta donde había dejado el libro, lo cogio y se lo llevó al mismo árbol de antes. Acto seguido, continuó leyendo mientras se sentaba.
Michael la imitó.
-¿Cómo no vas a saberlo? Nunca había visto a nadie correr así antes...
Jun se viró hacia él y le miró a los ojos. Entonces le señaló un lugar detrás suyo y éste miró.
Cuando pudo darse cuenta, vio que las carreras de relevos masculinos iban a dar comienzo y que algunas alumnas lo estaban llamando animadamente desde sus asientos.
-Bueno, supongo que tengo que ir...
Ésta afirmó lentamente y continuó con la lectura.
El día transcurrió sin más momentos extraños y ya solo quedaba media hora para que todos pudiesen irse a casa.
La chica seguía leyendo, aunque ya solo le quedaban unas pocas hojas para terminar el libro. Entonces Michael se acercó hasta ella, pues venía de los partidos de baloncesto y estaba algo cansado.
-Uf... qué cansado estoy- dijo tirandose al lado de Jun.
Ésta le miró y le tendió una botella de agua fría que tenía cerca.
-Vaya, gracias- le dijo mientras la cogía.
Seguidamente, comenzó a beber hasta que se la acabó entera. Y eso que estaba totalmente llena...
-Ah... sí que tenía sed, ja,ja,ja- dijo dejando la botella a un lado.
Jun le miró con cara de pocos amigos.
-Ah, perdona. Voy a comprarte otra.
Entonces cerró los ojos, sonrió y continuó leyendo.
Michael se levantó enseguida y se encaminó hacia la tiendecita que habían formado por la mañana los profesores.
Al cabo de unos instantes, compró la botella de agua y regresó junto con Jun. Cuando llegó, se la tendió y esta la cogió. Después de eso, bebió dos sorbos, la cerró y se la devolvió.
-No, quédatela- dijo mientras se sentaba.
Jun negó con la cabeza torpemente y se la puso encima de las piernas. Y nuevamente, continuó leyendo.
-Vale... Parece que ya vas a terminártelo- dijo echando una ojeada al libro.
Ésta afirmó y pasó página.
Finalmente, lo había acabado.
-¿Estuvo entretenido?- le preguntó mientras bebía algo más.
Ella afirmó alegremente y dejó el libro a un lado. Seguidamente, flexionó las rodillas, las rodeó con sus dos brazos y miró al frente.
-¿Te pasa algo?- dijo mientras se recostaba sobre la hierba.
Jun negó con la cabeza y bostezó acto seguido.
-Ah, cansancio, entonces. Menos mal que queda poco para irse.
Entonces cerró los ojos y una suave brisa meció su pelo.
El tiempo pasó volando y el timbre sonó.
Ambos se levantaron, cogieron sus cosas y se fueron a la puerta de salida del recinto.
-Bueno, hasta mañana, Jun.
Ésta afirmó con la cabeza y se puso rumbo a su casa. Michael, sin embargo, se quedó a observarla mientras se iba.
-¡Capitán!- le dijo una voz desde el interior del instituto.
-Ah, hola, Ren- dijo virándose hacia él, que venía corriendo.
-¿Esperas a que John y Tom lleguen? Así nos vamos juntos.
-Vale.
Mientras tanto, Jun seguía avanzando por la calle.
Al cabo de unos minutos, llegó a su casa y abrió la puerta.
Casi sin poder haber entrado siquiera, su Madre la abordó en la entrada. Al parecer, estaba bastante alterada.
-¡Hija mía!- dijo abrazándola.
-¿Cómo no nos dijiste que te habían secuestrado el Sábado?- le dijo su Padre mientras se acercaba por detrás.
Ésta les miró y, seguidamente, se separó de su Madre y se encaminó hacia la escaleras.
Una vez llegó a su cuarto, dejó el libro sobre la mesa y se puso a ver la televisión acostada en su cama. Después de unos segundos, sus Padres entraron y se sentaron a su lado, tapándole así la visión de la pantalla.
-Hija, por favor, no te vayas como si nada. ¿Por qué no nos lo dijiste?- le dijo su madre.
Jun se viró para mirar hacia otro lado.
-No nos ignores. Te crees que eres adulta, pero solo tienes quince años. No puedes saber qué es mejor para ti- le dijo su Padre mientras le tocaba el hombro.
Ésta se quitó la mano de encima y se levantó de la cama bruscamente. Después les miró con cara de odio.
-Sé que nunca nos hemos preocupado por ti y que enseguida abandonamos lo de hacerte hablar. Pero aún así seguimos intentando que lo hagas...- le dijo su Padre mientras se levantaba y se le acercaba lentamente.
Ella sabía que sus Padres lo habían pasado muy mal por su culpa. Después de todo, ¿a qué Padre le gusta una hija así?
Ninguno de los dos se sentía seguro con ella cerca, y lo sabían. Eran sus Padres, pero aún así la temían. Por eso intentaban escaparse de casa cada dos por tres y ella acababa quedándose sola.
Hacía diez años, cuando aquello ocurrió, la llevaron a un psicólogo y éste les dijo que el problema que su hija tenía era psicológico. Pero después, no hicieron nada más por intentar ayudarla. La abandonaron completamente.
No la hablaban con normalidad, no jugaban con ella, no se la acercaban... cada vez que ésta aparecía, le daban la espalda y se metían en otro cuarto, dejándola así completamente sola.
Ya se había acostumbrado a eso como para que ahora empezasen a preocuparse por ella, así que se dio la vuelta y salió al pasillo.
Una vez allí, cerró la puerta tras de sí y bajó a la planta de abajo.
Cogió su llave, su móvil y salió a la calle.
Después de 2 horas andando sin rumbo fijo, una lluvia nocturna inundó las calles. Ésta se paró frente a la ventana de una casa mientras que el agua que la mojaba corría por su cuerpo.
En su interior, pudo ver a una familia de cuatro miembros comiendo y riendo juntos.
Ella nunca había conocido tal cosa y estaba algo extrañada por aquella escena, pero se imaginó que sería algo que la gente normal y feliz hacia cada dos por tres, así que siguió de largo mientras escuchaba sus voces alegres hablando y riendo.
Al cabo de un tiempo, llegó al parque y se sentó en un banco.
La lluvia parecía no tener fin y cada vez caía con mayor velocidad.
A lo lejos, debajo de un pequeño mato, se encontraba un pequeño gato negro. El pobre estaba intentando refugiarse del fuerte aguacero que estaba cayendo sobre la ciudad.
Jun se levantó y se acercó lentamente. Éste se dejó coger y se acurrucó en su pecho, pues ésta lo había cogido entre sus brazos. Seguidamente, regresó al banco y cubrió al indefenso animal con su cuerpo.
Pasaron los minutos y la lluvia seguía cayendo.
Entonces oyó unos pasos lejanos que se acercaban corriendo.
Después de un rato, una niña pequeña, de unos siete u ocho años de edad, se adentró en el parque con un paraguas en su pequeña mano.
Al ver a Jun allí sentada con el gato, se acercó corriendo hasta ellos.
-¡Key!- dijo mientras cogía al gato de entre las manos de la chica-. ¡Menos mal que te encuentro, Key! ¡Me tenías preocupada!- dijo abrazándolo-. Esto... gracias por encontrarlo. Adiós- le dijo mientras se alejaba corriendo.
Vaya... por lo menos el gato tendría un sitio caliente donde cobijarse ahora.
Y entonces, por un momento, pensó en la suerte que aquel gatito tenía.
¿Vendría alguien a buscarla corriendo a ella también?
No... eso era imposible. Sus Padres no querían saber nada de ella, como para ir a buscarla desesperadamente...
Eso estaba fuera del alcance de la realidad, así que allí se quedó, mirando al frente y sin saber a dónde ir.
Podría plantearse el ir a casa de algún pariente que viviese cerca, pero no había ninguno. Todos vivían en otros países y no sabía nada de ellos desde navidades.
La verdad es que nunca se había planteado que la felicidad pudiese abordarla, después de todo, era un monstruo, ¿no?
Su destino era pudrirse en la oscuridad.
Entonces su móvil sonó. Cuando ésta miró la pantalla, vio que la llamada procedía de su casa.
Como era de esperar, sus Padres ni siquiera habían salido a la puerta para intentar buscarla, aunque fuese, con la mirada.
Seguidamente, pulsó el botón que aceptaba la llamada y la comunicación floreció.
-¡Jun, Jun! ¡Vuelve a casa, hija, por favor!- le gritó su Madre desde el otro lado.
-Hija, es tarde y está lloviendo, ¿dónde estás?- se oyó la voz de su Padre al fondo.
Ésta colgó el teléfono.
Lo que menos quería en ese momento era que sus Padres comenzasen a aparentar lo que no eran: unos Padres preocupados por su hija. Así que se guardó el móvil y comenzó a contemplar la luna.
El reflejo del satélite se posó sobre sus ojos como lo había hecho siempre sobre el agua. Después de todo, el negro siempre era un buen lugar para que la Luna se reflejase.
Al cabo de unos minutos, la lluvia paró por unos instantes, pero luego continuó con su actual fuerza.
Era una noche repleta de nubes, parecía que la tormenta que anunciaban por la tele estaba haciendo acto de presencia. Pero ella no se preocupó.
Siempre le habían gustado las tormentas, y si tenían truenos y relámpagos, mejor que mejor.
Aún así, no se encontraba del todo bien. Podía tratarse de un simple mareo, pero no era normal en ella marearse así.
Pronto, todo empezó a darle vueltas y la cabeza comenzó a dolerle. Al cabo de un rato, perdió la consciencia y cayó desmayada sobre el banco.
Mientras tanto, en la casa de Jun, todo seguía como siempre.
Sus Padres ya la habían llamado y lo había cogido, lo que quería decir que estaba bien. Ahora solo les quedaba esperar que regresase pronto, pues la que caía afuera era bastante grande y por la radio estaban comentando que la tormenta traería consigo fuertes vientos y algún que otro rayo.
De repente, el teléfono sonó y la Madre de la chica lo cogió.
-¿Dígame?- preguntó.
-Ah, hola... ¿podría ponerse Jun?
-¿Quién es?
-Soy un amigo del instituto, sé que no habla, pero me gustaría decirle una cosa sobre el festival de mañana.
-Bueno... me extraña que alguien llame preguntando por ella, sobre todo porque no es normal en ella tener amigos... De todas formas, no está en casa.
-¿Y... podría dejarle un mensaje para cuando llegase?
-Ay... lo siento, hijo mío. Pero ella está enfadada con nosotros y no nos escucha...
-¿Y cuando volverá?
-Pues no lo sé. Salió corriendo de casa y no ha vuelto. Si te soy sincera... no sé si volverá.
-¿Eh? Pero...
-Lo siento, no sabemos dónde puede estar. Adiós- dijo mientras colgaba.
¿Qué pasaba? ¿Por qué la Madre de Jun era tan seca?
¿Y decía que su hija había salido corriendo por un enfado y que no sabían nada de ella? ¿Cómo podía estar tan tranquila y no salir siquiera a buscarla? Él sabía que su Madre podía llevarlo a locura pero, aún así, se preocupaba por él. Si no hubiese sido así, aquella vez que se cayó en el río Fujima ella no habría saltado a buscarle. Al fin y al cabo, una Madre siempre mira por el bien de sus hijos y... esta no había salido ni a buscarla con la tormenta que estaba cayendo. ¿Qué tipo de Madre era?
Fuese como fuese, no podía seguir pensando en eso, así que se vistió rápidamente con su ropa de abrigo y salió corriendo escaleras abajo.
Sin siquiera preocuparse por coger un paraguas, abrió la puerta y echó a correr por la calle.
Tenía que encontrarla o si no, quién sabe lo que podría pasarle. Ya tuvo los remordimientos de perderla una vez como para que ahora ocurriese lo mismo. Debía buscarla y llevarla a un lugar seguro cuanto antes.
Después de una hora buscándola, ya no sabía ni dónde se había metido él mismo.
Pasó por bastantes calles y callejuelas, pero no la encontró por ningún lado.
Fue al instituto, a la calle comercial, al monte Orenid y a muchos sitios más, pero no la halló por ningún lado. Finalmente decidió preguntar en comisaría, pero no quería volver a quedarse de brazos cruzados como había pasado la otra vez y se encaminó al parque más cercano para ver si se encontraba allí.
No podía perder más tiempo, así que volvió a echarse a correr.
Cuando llegó allí, pudo ver una silueta recostada sobre un banco cercano a un árbol. Éste se acercó rápidamente y pudo comprobar por sí mismo que se trataba de Jun.
Seguidamente se agachó a su lado, le pasó su brazo derecho por debajo de la parte alta de su espalda y la levantó suavemente.
A continuación le puso la mano izquierda sobre su mejilla derecha y la llamó, desesperado.
-¡Jun! ¡Jun! ¡Respóndeme, por favor!- dijo mientras le pasaba la mano a la frente-. Tienes fiebre... Debes de haber cogido un resfriado con este frío y esta lluvia... Tranquila, te llevaré a un lugar seguro...- dijo mientras pasaba su brazo libre por debajo de las rodillas de ésta.
Acto seguido, la levantó de donde estaba y corrió hacia su casa.
Tenía que llegar rápidamente si quería que se mejorase, pero el viento eran tan fuerte que casi no podía avanzar.
Al cabo de unos momentos, llegó al porche de su vivienda. Tenía que entrar, pero... ¿qué diría su Madre al verlo con una chica en los brazos?
De seguro que le preguntaba algo típico de ella como... "¿Qué le has hecho a la pobre?" o... "¡Serás pervertido!"
De todas formas, tenía que hacer algo por ella, así que tocó el timbre como pudo y esperó.
Unos segundos después, su Padre abrió la puerta.
-¡Pero, hijo! ¡¿Qué diablos haces con esa chica en brazos?! ¿Qué le ha pasado?- dijo mientras les dejaba pasar-. Dios santo, estáis empapados...
Después de que éstos pasasen, la Madre de Michael salió al pasillo al oir las voces que su marido había dado.
-¡Dios mío! ¡Nunca pensé que fueses así, Michael! ¡Estoy muy decepcionada!- dijo mientras se acercaba corriendo.
-Mamá, me la he encontrado en el parque. Yo no le he hecho nada- dijo mirándola con algo de pesadez.
-Ahora en serio... ¿qué le ha pasado?
-Se peleó con sus Padres y salió corriendo. Debió de desmayarse en el parque.
-Súbela a tu cuarto y tápala bien. Yo iré a buscar el termómetro...- dijo mientras iba a la cocina.
-Vale...- dijo subiendo las escaleras.
Cuando llegó a su habitación, deshizo la cama como pudo y la tumbó sobre ella.
Seguidamente, la tapó con la manta y se sentó en el borde del lecho.
-Por favor... recupérate pronto...- dijo mientras la miraba a la cara.
Jun parecía un ángel cuando dormía. Su rostro no mostraba preocupación alguna y su piel estaba más relajada que de costumbre. Todo aquello demostraba que normalmente se esforzaba por aparentar lo que no era: una chica dura a la cual no le importaba nada.
Después de un buen rato observándola, su Madre apareció por la puerta y le puso el termómetro a la chica bajo su axila izquierda.
-¿Quieres que llame a sus Padres?
-No... ellos no vendrán.
-¿Cómo?- dijo sentándose a su lado.
-Ni siquiera salieron a buscarla cuando se escapó.
-¿Cómo sabes eso?
-La llamé hace más de una hora y su Madre lo cogió. Cuando le pregunté que qué le había pasado me respondió tranquilamente que se había ido corriendo y que a lo mejor ni volvía.
-Pero... eso es horrible... ¿cómo puede una Madre reaccionar así?
-No lo sé, pero... me da bastante pena por ella.
-Bueno, te dejo. Voy a hacer la cena. Le haré un caldo para cuando se despierte...
-Gracias, Mamá.
-De nada... hay que ayudar a la gente que tiene problemas. Es lo que siempre te hemos enseñado.
-Sí, gracias...
Acto seguido, ésta se fue, cerrando tras de sí, la puerta del cuarto de su hijo.
La verdad es que Jun parecía relajada. Al fin y al cabo, uno muestra su verdadera naturaleza cuando duerme. No se puede fingir si no se está consciente.
Después de un rato, Michael retiró el termómetro y pudo ver que tenía 39º y medio. Debía descansar.
Éste dejó el aparato sobre la mesa de su escritorio y regresó junto a ella.
Los Padres de Jun debían odiarla como para haber hecho aquello. Si él pudiese hacer algo... pero ella no hablaba, así que no había posibilidad alguna.
Ahora entendía que siempre fuese tan sombría con la gente. No podía ser de otra manera cuando sus Padres ni la querían. Con razón nunca estaban en casa... intentaban huir de ella.
Pero aquello no lo desanimó.
Aunque ella estuviese marcada por la tristeza que su hogar le tendía, él seguiría intentando por todos los medios que fuesen necesarios, el hacer que ésta abriese su corazón y que así, por fin, le hablase.
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